Purple Haze, mi saliva encendió tu cabello,
pradera reluciente, en la noche donde las cosas todavía eran niños. Te perdiste
y yo te encontré en una sola palabra, antónima de oasis, pero no era yo, porque
aún te estaba escuchando. Cuando regresaste, apenas dormidos, algo sándalo vino
a trinar en nuestra ventana. Pasa, le dijiste, con una voz recientemente
sesgada por la turbulencia. No grites que se va, llámala frotando esos pendientes
de nubes que trajiste del espejo nocturno. Ella pidió una silla y agua,
costumbre arraigada en el siglo XVI cuando los barcos ostentaban pequeñas neuronas
perdidas. La montaña pasó con su verde mármol de palabras y el día se aproximó
al mutismo que solo los pájaros escuchaban. Aquí está la piel de la tierra rasgándose
las patas. Vas a ver cómo se acuesta, más tarde.
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