La Hacienda aparece y desaparece detrás del ramaje en los cuadros. En ella, el orfeón de la mañana no era de ningún ave
conocida sino la fruición de la madera en la savia. Todos estamos de acuerdo que
el sol se asoma por un ojo. Buen amanecer pipa aceite. La tela se corrió por
detrás de las cordilleras y aun no se ha escuchado el grito de la brasa. Te
remplazo el calor y se queda sobre una mesa de párpados que llaman infinito.
Allí el parque subía por un inipi que llegaba hasta tus pequeños telones
deshojados. Llévate el humo. Un, dos, tres. Éramos los administradores de las
estrellas.
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