Rayando las paredes hasta que queden desnudas;
la gente habla pero usa la piel. Ese acto que se encuentra más cercano a
nosotros; un mostrador donde no solo hay huesos; un trazo olímpico que hemos
aprendido del pasado; una buena señal. Decides irrumpir en la piedra, dejar los
velorios en el frízer. Picarlos todos. Hacerlos añicos. Entrarle con rigor a
los ladrillos con un látigo de fuego por donde sale la pintura. Queda ese
testimonio de saña con la que una frase puede irrumpir en nuestras mentes. Es el
momento en el que nadie se calla, incluyendo también a los espíritus, que son
los primeros en poner las manos en la pared. Lanza la ráfaga.